La condena y la redención

Mark
Fat Man, la bomba lanzada sobre Nagasaki

El problema no es haber nacido humano, el problema es que solo nos parecemos a los animales mientras tenemos, como ellos, esas necesidades simples, biológicas, insatisfechas. Pero una vez que las satisfacemos, una vez que hemos descansado, una vez que hemos salido de esa inocente superficialidad en que desarrollan su vida los otros seres vivos, NOS PONEMOS A PENSAR. Y cuando un ser humano piensa no piensa primero en lo que debe hacer sino simplemente en lo que PUEDE hacer. Es decir, el pensamiento conduce inevitablemente en primer lugar a la cuestión de lo que se puede o no se puede, y solo en segundo lugar a la cuestión de lo que se debe o no se debe. Y cuando el pensamiento, como el pensamiento científico, o el técnico, o el empresarial, se detiene en la cuestión del poder, en el desarrollo de las posibilidades y de los beneficios, entonces, hay una atrofia en ese punto, una atrofia debido a que en ese punto el poder se puede volver un fín en si mismo, el arrancarle posibilidades a la vida se puede volver todo el sentido de la existencia y del pensar humano. Y en ese punto no hay diferencia entre el bien y el mal, o entre destruir y construir, o entre torturar y amar. A ese nivel, el nivel intermedio, de transición abismal entre la inocencia del ser no pensante y la madurez del ser que quiere saber lo que debe y lo que no debe hacer, al nivel del ser humano que solo piensa en hacer de cualquier modo cualquier cosa en terminos de costos, pérdidas y beneficios, en términos de logros, de fracasos y de éxitos, en términos de cálculos y resultados, y que solo usa luego el razonamiento para justificar sus actos, sin importar si son actos criminales o actos heroicos o alguna clase de aberración a medio camino entre lo uno y lo otro, el pensamiento se puede estancar, la vida humana se puede estancar, como en un charco de sangre. Es muy difícil salir de ese charco de sangre, de ese lodo de deseos donde la destrucción de la vida se vuelve parte del juego del poder, donde la riqueza se engendra de la pobreza, el amor del odio y la justicia del terror. Solo un gran esfuerzo eleva el PENSAR un poco más allá, como en un agonizante parto, para que nazca el ser humano que ya no quiere seguir pensando en solamente poder sino que quiere saber lo que debe y no debe hacer, que quiere poner un límite y un orden, que quiere vivir en equilibrio y armonía, que quiere dejar de destruir. Así pues, es muy fácil permanecer condenado y muy difícil la redención.