El Antipoder

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Hace ya bastante tiempo pensé en las dos opciones socialistas para terminar con la plaga de la dominación y explotación entre seres humanos. Básicamente esas opciones se reducían a una versión anarquista y a una versión marxista. En la versión anarquista la idea siempre fue llevar la autonomía individual y comunitaria hasta las últimas consecuencias disolviendo el poder y la dominación mediante la autogestión extrema. En la versión marxista, que nació como resultado de una desesperanza o reacción incluso peligrosa frente al anarquismo, una reacción alemana por cierto, se trataba de tomar el poder, asumir la dominación desde las bases obreras, proletarias, para usar esta dominación en contra de si misma, llevándola a una especie de autodisolución en el comunismo final.

Cualquier de las dos opciones me parecían utópicas desde el principio, en el sentido de irrealizables, por cuanto no tenían en cuenta como principio fundamental el hecho de que ningún sistema de vida humano puede ser realizable o durar sin tener en cuenta la naturaleza humana. Es decir, si intentamos construir un sistema con piezas que no encajan adecuadamente en la estructura general que hemos pensado entonces este sistema se derrumbará incluso antes de comenzar a ser construido. Y ¿qué nos dice la naturaleza humana acerca de la posibilidad de un sistema social sin dominación y explotación? Pues simplemente que este no puede ser establecido ni voluntariamente ni por la fuerza, y que no se puede dejar de lado el hecho de que existen elementos de ambición, deseo, desenfreno, ansia de lujo, egocentrismo, en la raíz misma del individuo humano. Mi conclusión fue y lo sigue siendo que ninguna revolución socialista es posible y que, finalmente, no es posible establecer una sociedad socialista. Pero aún así pensé que era posible seguir siendo socialista de alguna manera. Pero ¿cómo?.

Lo que pensé en aquellos días es que el socialismo como sistema debe dejar paso al socialismo como sistemática abierta, al socialismo como propuesta de balanceo permanente en la sociedad existente. Pero para ello debe evitarse radicalmente desde el principio que el impulso socialista, impulso que pretende la mayor autonomía posible de los individuos y las comunidades, y la mayor reducción posible de los fenómenos de dominación y explotación humanas, debe evitarse, digo, que se mixture o se disuelva en pretensiones menores o cómplices de lo establecido. Es así que llegué a la idea de antipoder global. Cuando se dio el fenómeno de los movimientos antiglobalización creí ver un atisbo de la formación de esto que llamo antipoder pero, claro, debo aclarar que vengo a significar con la idea de antipoder.

El antipoder es el establecimiento permanente de la resistencia a la dominación mediante una gran estructura internacional, global, mundial, de redes y de individuos en redes, es la movilización permanente y total a través de todo el sistema de vida establecido en el sentido de una sola marcha, movilización constante, unificación de tensiones. No una revolución instantánea, o por las armas, o regionalmente fragmentada, sino una re-evolución permanente. Me imagino para ello a miles de organizaciones reivindicantes y resistentes confluyendo en un solo circuito de intercomunicación mundial capaz de establecer gigantescas manifestaciones simultáneas en todo el planeta, capaz de lanzar a través de la Internet en un solo golpe de efecto un mensaje que alcance a todas las personas del mundo, que las movilice, que las haga a su vez resistentes a la dominación. Me imagino este antipoder superorganizado sin fronteras ni contención dando cara a las resoluciones de las élites que controlan los flujos de riqueza y reclamando a la comunidad científica responsabilidad global, pero sobre todo combatiendo el militarismo y las religiones en todos los frentes hacia su extinción. No estoy hablando de un mero movimiento antiglobalización, me estoy refiriendo a una superconfluencia de los esfuerzos desperdigados por todo el mundo en un solo antipoder global que pueda realizar una confrontación permanente frente a las élites dominantes y cambiar para siempre las reglas del juego humano. No puede ser fácil la conformación de esta confluencia de resistencias en una gran Resistencia, pero lo veo como una forma factible de retomar el cauce socialista hacia una nueva humanidad más solidaria, mas justa, más esperanzada.

Hay que puntualizar que ninguna Resistencia global es válida o puede conllevar resultado auténtico sin confrontar a las tres grandes puntas de lanza de la dominación: el lucro descontrolado sostenido por la complicidad científica, la estructura mental y material del militarismo, y la religión. Esta hidra de tres cabezas quizás nunca desaparecerá del todo, pero es necesario establecer un combate permanente contra ellas en el plano de la comunicación y de la movilización total.

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