La llamada

Finalmente llamó. Pero su voz de lapislázuli tenía nieve de labios y angustia de despedida. No habría más atardeceres juntos frente a la bahía. No caería más el telón de la noche con sus párpados mientras él la miraba. Ese brillo en sus ojos no regresaría. La calidez de su abrazo se trocó en palabras de lejanía.

No creyó haberse equivocado hasta comprender que no la había conocido. Una ceguera del alma no lo dejó ver quién era ella. Y después de colgar el teléfono y quedarse con un mar de lágrimas contenidas y el grito del silencio en la garganta, hubiera querido saberlo mucho antes. Saber que ella había estado siempre allí con la autenticidad de un sol de mediodía sin que él se sintiera iluminado.

Ahora tendría que aferrarse a su orgullo y reconocer que el ayer no regresaría. ¿Guardaría ella recuerdos de ese tiempo juntos? No quería que fuera solo un cambio de planes, quería que hubiera valido la pena incluso el haber estado ciego. Tenía que afrontar el dolor de perderla para aprender y avanzar. Nunca más cambiaría la verdad de un corazón por el carmín de la mentira.

Al repasar los momentos vividos todo se le hacía evidente. Sus ojos le habían reclamado una sinceridad de oro y él solo le había dado sonrisas de plata. Ahora tendría que cruzar ese puente bajo la lluvia, agachar la cabeza y dejarla atrás. No había ya un quizá, solo la incertidumbre de seguir adelante y planearse una vida sin ella. ¿Guardaría ella algo de ese amor sin espejo en su corazón? Esa pregunta no tendría respuesta.