A la luz del candil

Lo mío no fue tener confianza, fue ser un reverendo pelotudo. Con ella tenía, además, cierta obnubilación. Es que ni siquiera había pensado antes de conocerla que una mujer con ese grado de belleza e inteligencia podría aceptar de mi parte una proposición de amor. Me la jugué y creí ser un suertudo.

A él lo conocí, o creí conocerlo, de toda la vida. Con decirle que jugábamos a la pelota y al chante y cuarta con bolitas cuando teníamos menos de seis años basta para entender que era una amistad de toda la vida. Los dos éramos hinchas de Peñarol, a los dos nos gustaba la grappamiel, los dos éramos buenos en el fútbol cinco. No había secreto entre nosotros, al menos eso es lo que pensé hasta que ella se fijó en él.

Cuando recuerdo todo en retrospectiva me doy cuenta de lo gil que fui. Él se ofrecía para arrimarla al trabajo a veces y eso para mí no fue motivo de sospecha. Tampoco sospeché cuando Carlos nos invitaba a una reunión de asado y truco y él tenía alguna excusa para no ir. Ni siquiera tuve dudas cuando lo encontré, y eso fue más de una vez, en mi casa charlando con ella muy cómodo, mientras tomaban mate. Me decía que se le había ocurrido pasar de visita con la esperanza de encontrarme.

Pero, claro, después de tantos años de que a uno le metan los cuernos, al final uno termina averiguando. Hay que ser demasiado imbécil para no darse cuenta nunca. Y yo seré imbécil, pero no esa clase de imbécil, ¿entiende, Comisario? ¡Yo no soy esa clase de imbécil! Y aunque siempre fui un hombre tranquilo, de buenas maneras, callado y pausado en mis acciones porque no me gusta apresurarme y tomar decisiones equivocadas, a usted le parecerá que esto fue un acto impulsivo, un arranque de odio, pero no lo fue. Lo pensé bien, con cuidado, considerando todas las alternativas y siempre volvía a lo mismo: mi orgullo. Tengo orgullo y un orgullo que no sabía que tan grande era hasta que vi como me lo habían pisoteado.

Sírvase, ahí tiene en esa maleta las pruebas de mi crimen. ¿Se acuerda de ese tango? Ese que se llama «A la luz del candil». Siempre me gustó ese tango. No es que yo sea machista ni nada, pero ese tango para mí siempre fue muy especial.