El inconforme

“Nunca estuve conforme conmigo mismo. Y creo que es la mejor manera de expresarlo, porque, justamente, son mi forma y mi manera de ser o de querer ser los dos costados de mi existencia que nunca han corrido en paralelo. Por eso necesitaba este cambio, un cambio completo que me renueve. Para empezar, ya estoy harto de estos genitales masculinos. Quiero unos genitales femeninos discretos, fáciles de llevar, que me den esos placeres que jamás obtendré con genitales masculinos. ¿Acaso no son más estéticos los genitales femeninos que los masculinos? Pero no quiero un aparato sexual femenino, tengo entendido que son muy engorrosos con todo eso de la menstruación, los embarazos naturales, los dolores de ovario. Además, ya he donado esperma al Instituto Nacional de Procreación y con ello basta para decir que he servido a la perduración de la especie. Jamás apostaría a la reproducción natural, me parece asquerosa. No necesito quedar embarazado ni sufrir ninguna de esas experiencias femeninas de valor tan dudoso.

Pero basta ya de hablar de genitales. Quiero todo el resto de mi cuerpo acorde a la feminidad. Esta barba hirsuta, estos vellos negros y gruesos en mis piernas, esta mata de rulos en mi espalda, todo esto quiero que sea sustituido por una piel fina y grácil, una piel automáticamente perfumada a base de secreciones genéticamente inducidas. Tiene que ser una piel acariciable, tersa, que se estremezca al contacto de unos dedos curiosos y atrevidos. Estoy harto de esta especie de cuero de elefante, grueso e insensible, y de este exceso de pilosidad que no se justifica en la época en la que vivimos. ¿Por qué persiste la naturaleza biológica en someternos con sus arcaísmos de primate? Ya me imagino teniendo un rostro deliciosamente ovalado, sin siquiera una pelusa fina sobre el labio superior y carente por completo en sus bellas orejas de estos vellos inexplicables que crecen en los lóbulos.

Con respecto a mi cabellera, siempre creí que traicionaba el sentido mismo de su existencia. Siento que una cabellera debe ser algo más que un recubrimiento del cuero cabelludo. Tiene que ser una corona de nuestra vanidad, una apoteosis de nuestra personalidad, un brote de luz sobre nuestros pensamientos. Así que quítenme por favor esta mata negra y reseca y denme una cabellera suave, luminosa, de tono rubio claro, que se esparza como un río sobre mi nueva espalda nacarada. Tan pronto la tenga saldré a los balcones de los mejores hoteles en las más exquisitas y lujosas ciudades a dejar que el viento me la agite. Me debo a mi mismo muchas selfies con el cabello revoloteando alrededor de mi rostro como un vuelo de golondrinas.

Las orejas tienen que ser pequeñas, pero con un pabellón suficientemente amplio como para permitirme una adecuada audición. Me gusta combinar la elegancia con la practicidad. Quiero labios un tanto gruesos y el de arriba con un arco de Eros para que invite a besar. Las cejas deben ser finas y altas para que le den amplitud a mi mirada. Unas pupilas violetas han sido mi sueño desde muy pequeño, pero además de ese hermoso color de las amatistas quiero que tengan brillitos plateados. Y al diablo con esta nariz en forma de patata pisada con la que he vivido y sufrido tanto tiempo. Necesito una nariz suavemente respingada, de orificios bien ovalados y sin esos crecimientos pilosos que, como pueden ver, sobresalen al menor descuido de mi parte como puercoespines en miniatura.

Mis piernas deben estar bien torneadas, con muslos jaspeados y que provoquen a la vista el deseo de tocarlos. Las nalgas deben estar bien erguidas, sin el menor rastro de celulitis y sin todos estos puntos negros que aquí puedo ver a través del espejo y que son el producto de mi descuido general en materia estética dado que cuando uno vive sin conformidad con su propio cuerpo difícilmente se ocupe de cuidarlo como es debido. Los senos no deben ser ni muy grandes ni muy pequeños, quiero algo que obedezca al término medio aristotélico para evitar la carencia o el exceso. Los dedos de mis manos, al contrario de estos dedos gruesos que ahora tengo, y que parecen más bien chorizos de dificultosa movilidad, deben ser alargados, finos y de agarre delicado. Ya me imagino pintándome unas perfectas uñas en forma de elipse muy excéntrica con el cuidado con que las madres naturales, esas pobres degeneradas que no entienden el valor de la tecnología y los lácteos refinados, amamantan a sus críos.

Lástima que uno no pueda hacer modificaciones a su propia mente con la misma libertad que las que puede hacer a su cuerpo. Voy a pagarles un dineral para tener un cuerpo enteramente nuevo, pero no puedo darles ni una mísera moneda para que me hagan ser más inteligente, más sabio o más memorioso. Al menos con una buena descarga hormonal podré pensar y sentir como una mujer, que es lo que siempre he soñado en secreto. No quiero que quede en mí ningún rastro de esta grosera costumbre masculina de racionalizar mis sentimientos. Necesito la intuición y la sensibilidad de una mujer y sé que ustedes me darán eso, aunque en todo lo demás no podrán arreglarme. ¿Me darán eso? Prométanmelo.”

Tal fue el largo y tedioso monólogo de otra de las tantas víctimas de Formatec, la empresa de biohackeo más fraudulenta de Ganimedes durante el siglo CX. Se sabe que después de escuchar y grabar aquellas declaraciones del señor XXAB-20118, que se convirtieron en un acto de voluntad posteriormente firmado por la víctima, se lo anestesió por completo y se lo lanzó a un horno industrial con diez mil grados de temperatura que pronto eliminó toda huella de su existencia. Luego Formatec extrajo de su almacén de clones y puso en su lugar uno de sus tantos pseudomodificados , y de este modo, mediante microtráfico de finanzas saqueó las empresas de XXAB-20118. Por suerte esas cosas ya no pasan.